Camila pide hacer una parada. Se baja de la bicicleta, abre ese baúl inmenso, anaranjado, que cuelga en sus espaldas y busca una toalla para secarse la cara empapada, y su botella de agua que todavía se mantiene fresca. Bebe con avidez primero y desconecta la aplicación -para no recibir pedidos por un rato- después. Propone refugiarnos debajo de un árbol con escasa sombra.
Este cronista se sumó, pasado el mediodía del viernes, a una entrega de mercadería de Camila Sifuentes (22), que trabaja para la aplicación Rappi desde septiembre. «Arranqué a las ocho de la mañana para evitar este solazo, pero empecé a tomar pedidos y no paré nunca», explica con visible agitación. Fuimos a buscar un paquete a Ayacucho y Córdoba que debía entregarse en Godoy Cruz y Paraguay, un viaje que nos llevó interminables 25 minutos en bicicleta.
El entrenamiento y la edad de Camila le brindan un mayor resto físico, aunque parece no haber juventud para soportar esta temperatura. «Mirá, 36,3 -muestra su teléfono-. Esta semana me bajé la app AccuWeather para hacerme más la cabeza», esboza una mini sonrisa. «Yo le pongo onda al calor, suelo ser optimista, pero esto ya es demasiado». Estamos en la Plaza de la Ciencia, sobre la calle Soler, bajo la frágil sombra del único árbol disponible. El sol es impiadoso y a nuestro alrededor no hay otro lugar para guarecerse.
Es la una y media de la tarde y Camila vacía su botella de medio litro, que carga en cada parada que realiza. «Esta es la quinta que tomo, una por cada viaje que hice hasta ahora. Hace dos horas que estoy pedaleando, llovieron los pedidos, pero ahora sí que no doy más, si no descanso, me desmayo. Necesito la plata, pero si yo no estoy en condiciones, de nada sirve», dice con un hilito de voz la joven porteña que pela una banana.
Cuenta que en Rappi encontró el espacio laboral que estaba necesitando después de trabajar diez horas por día, durante un año, en una heladería. «Estos meses venía muy bien, laburando mucho, sintiéndome bárbara, pero esta semana el calor me liquidó. Lo subestimé, pensé que no me afectaría tanto. Siento desgano, las piernas me pesan toneladas y la piel arde«, describe su pesar ante Clarín.
Camila Sifuentes (22), arrebatada por el calor, toma un refresco en medio de la entrega de mercadería.De esa mochila por la que pagó 8 mil pesos en octubre, que duplica en tamaño su espalda, saca un pomo de crema. «Es la última dosis de protector solar en el cuello, mirá cómo lo tengo», estira la remera a la altura del hombro. Se ve colorado, visiblemente irritado. «Lo compré el lunes -dice sobre la crema- y no queda casi nada… Me costó nueve mil pesos, que equivalen a dos días de trabajo«, resopla. Camila vive sola en un monoambiente que alquila en Almagro. Señala que en las ocho horas que trabaja de lunes a sábados, puede llegar a cobrar unos 45 mil pesos semanales.
«Estos días, me cuesta dormir, no sólo por las temperaturas, sino porque me late mucho la cabeza, debe ser por los rayos de sol que me recalientan durante horas». Pensó en trabajar menos, o hacerlo de noche, pero por el inminente pago del alquiler la semana que viene optó mantener todo igual, comenta algo más recompuesta. Conecta la aplicación y nos subimos a las bicicletas rumbo a Rappi Turbo, una parada en la calle Humboldt, que concentra a rappintenderos (los repartidores de la app) porque desde allí suelen surgir viajes para todos.
Rappi Turbo: el lugar donde los repartidores de la app esperan los pedidos para entregarlos.Una docena de bicicletas y motos copan la vereda. Sus dueños esperan el viaje mateando, sentados en tablones y alguna improvisada silla playera. «Ojalá estuviera el mar ahí, y no los números con que nos llaman para salir», susurra un muchacho que se tira agua en la cabeza. «112», pronuncia una voz metálica desde el local y sale apresurada una persona que recoge un paquete con comestibles. Clarín se le acerca y le consulta si lo puede acompañar. Gesto de perplejidad de Francis Fernández -así se presenta-, que termina aceptando porque el agobio reinante puede más.
Vamos a Dorrego y Alvarez Thomas. Lo seguimos a Francis, que empieza agarrando la calle Nicaragua de contramano. Hace dos cuadras así, aprovechando que el tránsito es liviano. Metros atrás, se le sugiere ir por una calle de una sola mano y tomamos Carranza. Con mucho esfuerzo, este partenaire se pone a la par pero la intención de diálogo se ahoga por falta de aire. Francis en su bici playera es todo un equilibrista: toma agua, se fija en su teléfono qué ruta tomar y deja el manubrio unos segundos suelto.
Francis Fernández (29) acelera la pedaleada para entregar el pedido en hora: «No importa el calor, tenés que ser puntual».Tomamos por la adoquinada Freire juntos a la par. Se entabla una charla. «Yo en esta semana debo haber bajado fácil cuatro kilos. Me siento más liviano pero también más débil, el calor es inhumano», desliza mientras se escucha la locutora del GPS. Cuenta que vive en Loma Hermosa, que se toma el tren San Martín con su bicicleta y que trabaja en la ciudad entre las doce y las 8 de la noche. «No quiero tomarme el tren más tarde porque se pone pesado. Encima con esta mochila no pasás nunca desapercibido».
Con más confianza, comenta que es «nuevito», que empezó con los repartos el 2 de enero. «No me puedo quejar, sobre todo porque venía con muchos quilombos de laburo. Estuve en un depósito de motos y me rajaron, después me puse a cortar el pasto de varios jardines vecinos y se me rompió la máquina cortadora hasta que un amigo me prestó esta bici para empezar con Rappi y me siento bien a pesar de esta semana irrespirable. Estoy cerca de los 200 mil pesos el primer mes, laburando ocho horas por día»
Francis Fernández entrega el pedido a tiempo en la calle Dorrego.Llegamos a la dirección establecida y la dueña de casa espera abajo. «¿Son los helados?», pregunta entusiasta. Francis se los entrega y pegamos la vuelta, pero antes se fija si le dejaron propina en la app. Hace un gesto de molestia, muestra su brazo izquierdo insolado que contrasta con su hombro blanco. «De tan quemado que está en cualquier momento se me cae». Saca una botella de agua de la mochila, bebe un trago interminable y el resto lo usa para refrescar ese brazo de matiz tostado. «Mi vieja tenía razón, ‘Usá mangas largas’ me tiró y no le di bola. Tendría que comprarme un protector, pero terminás a pérdida y si estoy laburando un día como hoy, quiero sólo ganancias».
Francis Fernández está convencido que en esta semana de ola de calor bajó no menos de 4 kilos.De regreso hacia la Rappi Turbo, acusa un problema con la cadena de su bicicleta. Se toma unos minutos para intentar arreglarla; su rostro luce empapado y sus manos, ennegrecidas. «La estoy exigiendo mucho a la bici, hoy fui a Once, Constitución, Palermo y Colegiales», enumera mientras no bebe, sino que traga el agua. «Me parece que hoy bajo la persiana antes, así no llego tan tarde a casa. Te juro que sólo pagaría por una ducha en este momento«. Nos despedimos.
Camino a la terminal donde se encuentran otros valientes «pedaleadores», a las pocas cuadras aparece un muchacho que, por su intenso ritmo, no parece estar consciente de la sensación térmica superior a los 35 grados pasadas las 17 horas. Una chanza provoca la sonrisa de Jonathan Lassaga (28), que acepta gustoso la compañía. «¿Sabés que me olvido de tomar agua? Es de locos, a veces me siento una bestia y no me doy cuenta del desgaste que vengo haciendo».
«No me afecta el calor, sigo enfocado en mis objetivos», dice Jonathan Lassaga (28).Mientras conversa «fresco» con este cronista abochornado, no saca la vista de la pantalla de su celular. «¿Ubicás la calle Manuel Ugarte?». Se le dice que es por Belgrano, algo lejos. Pero su espíritu no lo desanima. Tiene que trasladar sushi y hay unos veinte minutos de tiempo según la aplicación. Pedalea y con una mano saca del bolsillo de la mochila algo parecido a un sandwich y una toalla que se coloca como una bufanda. Encaramos la avenida Luis María Campos, que luce con muchas líneas de colectivos.
En el camino, cuando estamos parejos, apela a su locuacidad. Asegura que «el calor es un tema del bocho, estoy convencido, como así, también, no voy a negar que hay un tufo que se hace difícil de soportar. Pero yo voy tan concentrado en lo mío, tan enfocado en el próximo viaje que me tiene que salir, que no pienso en obstáculos. El calor es un obstáculo, pero prefiero esta temperatura y no laburar con frío, que lo sufro más. Ahí sí que aflojo un poco», confiesa Jonathan, que trabaja doce horas por día y sólo tiene libre los días martes. Su interlocutor no puede emitir vocablo.
Momento de hidratarse. «Ya tomé dos botellas de dos litros con agua», dice Jonathan Lassaga.Claramente las temperaturas extremas no son un impedimento para el rappintender que vive en Barracas. «Tengo dos hijos mellizos, de 5 años, y una nena de dos. Hay que hacer plata, no tengo excusas y para mí es un orgullo poder llevar el pan a casa sólo con la bicicleta. Hace ocho meses que trabajo de repartidor y voy en franco progreso. Empecé ganando cinco mil pesos a la semana y hoy junto 100 mil», se ufana el ex gastronómico.
Faltan más de veinte cuadras para Ugarte y ya se piensa en el interminable regreso, lo cual determina el abrupto abandono del cronista, que pega la vuelta, saludo previo con Jonathan. Un cartel en la puerta de un bar promociona «una limonada helada» con menta y jengibre a 2.500 pesos la jarra. La recompensa gratifica pero retomar la marcha cuesta. A la sensación de sentirse pedaleando en el Sahara, cuello y piernas están que pela. Cerca de la Mezquita de la Av. Bullrich, un joven en musculosa y bermudas con la mochila de Pedidos Ya descansa en un banco en la ancha vereda.
Joel Rossi (22) se da aliento para cumplir con los últimos tres pedidos que le quedan.Se le consulta sobre cómo sobrelleva la jornada aciaga que, pasadas las 18.30, sigue resultando extenuante. «No me puedo mover -dice recostado-. Creo que ya pasó lo peor del día, pero me dejó sin nafta… Esperemos que empiece a aflojar, pero no corre ni una brisa», tira algo abombado Joel Rossi (22). Mientras habla, intenta ubicarse en las direcciones que le restan para cumplir su tarea diaria. ¿Peña y Billinghurst es más cerca que Guardia Vieja y Sánchez de Bustamante?», consulta el muchacho que vive en Congreso y gana unos 50 mil pesos a la semana.
Comenta que trabajó en Pedidos Ya el año pasado, pero se fue porque lo presionaba la entrega horaria. «Me quedé con la mochila, que me sirve para hacer entregas por mi lado, de manera independiente». Se reincorpora, sube atlético a la bici y rumbea para la calle Peña, pero antes carga la botella en un bebedero. Lo acompañamos unas cuadras hasta que hace stop en una farmacia. «Bancame que compro un Dermaglós solar porque mañana no me voy a poder mover», desliza mientras muestra sus brazos y hombros enrojecidos.
«Siete lucas este pomito, ¿podés creer?». Se unta brazos y hombros y pregunta si por esta charla con Clarín hay alguna compensación económica. La respuesta es una sonrisa irónica y pedaleamos en silencio. «Quería saber si podía recuperar lo que gasté en el protector», justifica su pedido al ratito. El atardecer anticipa que se vendrá otro día bochornoso, pero Joel celebra que sólo trabajará medio día. Sube a la bici, se acomoda la mochila, toma dos sorbos de una bebida energizante que compró y, estimulado, acelera y desaparece.
AS