Dentro del cúmulo de críticas hacia Javier Milei y su ministro de economía, Luis Caputo, la carta de Cristina Kirchner deslizó algunos reconocimientos ocultos para el nuevo gobierno. El principal: deja entrever que se está encaminando al objetivo de la dolarización y que, contrariamente a lo que opinan muchos economistas, sí existen posibilidades reales de que ese proyecto se concrete.
Aunque haya quedado algo opacado por las chicanas políticas y el cruce de tuits con Caputo, lo cierto es que Cristina hizo una admisión que, hasta ahora, pocos economistas se habían animado a hacer: cree que el ministro podría hacer una nueva devaluación sin que eso genere un inmediato contagio a los precios.
La argumentación de la ex presidente es que, dada la recesión que se está induciendo y la caída de los salarios, no habría tanta presión inflacionaria en el caso de que Caputo instrumentara un nuevo salto del tipo de cambio.
Es una diferencia clara que marcó respecto de la devaluación que el staff del FMI le impuso a Sergio Massa después de las PASO, y que disparó la inflación mensual por encima de los dos dígitos. Para Cristina esa fue la confirmación de una advertencia no escuchada por Massa: «que la inflación, en Argentina, está indisolublemente atada al dólar y no al déficit fiscal».
En cambio, si en el corto plazo Caputo volviera a devaluar, según Cristina, tendría altas chances de evitar que el «pass through» inflacionario fuera equivalente en términos porcentuales a la suba del dólar. La ex presidente llegó al extremo de comparar esta situación con la que se dio tras el abandono del régimen de convertibilidad en 2002, cuando la suba de 300% en la cotización del dólar fue acompañada por una inflación de «sólo» 41% en el año.
Para Cristina, aquella devaluación con baja inflación fue posible por el contexto profundamente recesivo y el desempleo en torno del 25%. Y cree que el drástico ajuste fiscal del gobierno de Milei creará un ambiente parecido, en el que la falta de pesos en el mercado contendrá la inflación.
Toto Caputo fue el centro de las críticas de Cristina Kirchner, quien, sin embargo, cree que sí tiene chances de concretar el proyecto dolarizador
Curiosamente, lo que la ex presidente plantea en tono crítico –»caos planificado», lo define en su carta- es, precisamente, lo que entre los economistas afines al gobierno consideran que es la fortaleza del plan de Caputo. Es decir, la posibilidad de recuperar competitividad de la economía y, al mismo tiempo, bajar la presión inflacionaria.
La rara coincidencia de CFK y Caputo
Lo cierto es que el plan dolarizador de Milei no solamente no contó con apoyos mayoritarios entre los economistas ortodoxos sino que, sobre todo, siempre se planteó que resultaba técnicamente imposible.
Para la mayoría de los analistas, una dolarización completa de la economía implicaría la necesidad de comprar con divisas todos los pasivos del Banco Central. Es decir, la base monetaria más los depósitos a plazo y títulos de deuda. No habría posibilidad alguna, con las escasas reservas del Central, de realizar ese canje, planteaban los críticos.
Cuando todavía contaba con Emilio Ocampo como principal asesor en el proyecto de dolarización, el argumento de Milei era que podría dolarizar por la vía de utilizar no sólo reservas sino, además, títulos del Tesoro que podrían ir a un fideicomiso, y que estaban destinados a subir su valor de mercado.
En su momento más controversial de la campaña electoral, Milei llegó a desaconsejar que los ahorristas depositaran en una moneda que «vale menos que excremento» y celebraba la suba del dólar paralelo porque haría más barata la compra de la base monetaria.
La salida de Ocampo y la llegada de Caputo fue interpretada, por la mayoría de los analistas, como un archivo del proyecto dolarizador y su sustitución por un ajuste de tipo clásico.
Pero también es cierto que el propio Caputo, en sus informes de consultoría, se había mostrado escéptico sobre la libre flotación cambiaria. Con la experiencia en carne propia de la crisis de 2018, planteó que, aun cuando se estuviera haciendo un esfuerzo fiscal y se dejara de emitir pesos, podría sufrirse la volatilidad financiera, como consecuencia de una caída en la demanda de dinero, que en Argentina puede tener fluctuaciones fuertes y resulta difícil de predecir.
Irónicamente, desde visiones ideológicas antagónicas, Cristina Kirchner y Toto Caputo expresan un mismo escepticismo respecto de que en Argentina se pueda liberar el tipo de cambio y confiar en que ello no será, en sí mismo, un factor de desestabilización.
El Banco Central acumula reservas gracias a la compra de dólares, al tiempo que sigue licuando sus pasivos
La licuadora de Caputo
La sospecha de que, tal vez, el presidente Milei no haya descartado del todo su sueño dolarizador y lo tenga en carpeta para un futuro no muy lejano volvió en las últimas semanas, cuando se comprobó la eficacia de Caputo para «licuar» los pasivos del Banco Central.
Desde que asumió el gobierno, se emitieron unos $15 billones -principalmente, por pago de intereses y cancelación de letras, pero también por compra de dólares para reforzar reservas-. De ese total se neutralizaron $9 billones, mediante la cancelación de deuda del Tesoro en poder del Central y mediante la emisión del nuevo bono Bopreal para los importadores.
Esa cuenta dejó un sobrante de casi $6 billones, que fueron esterilizados prácticamente en su totalidad. Y lo que destacan los analistas del mercado es que, si bien hubo emisión neta, su ritmo de aumento es prácticamente la mitad de la inflación.
En otras palabras, la economía tiene cada vez menos pesos para convalidar los precios. Esto es lo que explica no solamente el enfriamiento en el consumo y algunas señales de moderación en la inflación, sino también la relativa calma del dólar.
Aun cuando se dieron reveses políticos para el gobierno, como el rechazo a la ley ómnibus, el dólar paralelo continuó bajando, al punto que la brecha cambiaria volvió al entorno de 40% -si se toma como referencia al «contado con liqui»- o del 32% -si se compara con el blue-.
En definitiva, la ecuación indica que hay menos pesos en el mercado y que hay más dólares en el BCRA. Y que, por la política de tasas negativas, la tendencia es a una continua licuación de los pasivos del Central -en otras palabras, del dinero que los ahorristas tienen depositado-.
Fue en ese marco que volvió al mercado la discusión sobre si era el momento de un plan de shock para fortalecer la moneda nacional o si, por el contrario, era la ocasión para dolarizar.
En campaña electoral, Cristina había advertido sobre «el problema de la economía bimonetaria»
El debate traspasó las fronteras nacionales cuando, entre los partidarios de la segunda opción, se sumó el influyente Steve Forbes, quien leyó en las redes sociales una carta dirigida a Milei.
«Si no lo hace, no tendrá éxito y ese fracaso desacreditará la filosofía del libre mercado», advirtió el célebre inversor, quien le recordó a Milei que «sobre sus hombros no descansa sólo el futuro de su país, sino también el de la causa de la libertad y el libre mercado en el mundo».
Sin embargo, no parece ser esa la opinión mayoritaria. O, al menos, no la de la ortodoxia económica. Ni el FMI ni el gobierno estadounidense han mostrado entusiasmo respecto de una posible dolarización de la economía argentina.
La advertencia de un nuevo Plan Bonex
Pero, desde la vereda opositora, Cristina Kirchner dejó en claro que ella sí cree que ese proyecto sea posible. Tanto que llegó a imaginar un mecanismo de mercado para terminar de absorber los depósitos en plazo fijo que no puedan ser comprados con reservas.
«Podría emitir un bono en dólares sobre los pasivos remunerados del BCRA, también cada vez más licuados, dándose así una tercera apropiación de los ahorros de los argentinos como desenlace de esta tercera crisis de deuda», opinó Cristina, quien ya anteriormente había advertido sobre su temor de que el proyecto dolarizador viniera acompañado por una nueva versión del Plan Bonex de 1990.
La insistencia de la ex presidente sobre «el problema de la economía bimonetaria» lleva años, incluso desde su propia gestión de gobierno. Pero se intensificó en los últimos cuatro años, cuando intuyó que ahí estaba la principal debilidad del programa de Alberto Fernández.
La ex presidente le criticó no haber aprovechado los robustos superávits comerciales de los primeros dos años y permitir que los empresarios «se quedaran con los dólares del Banco Central».
En esa prédica, Cristina llegó a plantear un acuerdo nacional entre todas las fuerzas partidarias para resolver ese problema, pero nunca llegó a explicitar su propuesta. Describió como una situación negativa la propensión de los argentinos a ahorrar en dólares, cuando al país le faltan divisas para comprar insumos industriales, pero no insinuó cómo impediría esa conducta más que con la aplicación del cepo cambiario y un control más estricto del comercio exterior.
En cambio, planteó lo que ella cree que serían las consecuencias de una dolarización: «implicará la clausura definitiva a la posibilidad de desarrollar nuestro país con inclusión social».
Y argumentó que, como ya ocurrió con la convertibilidad, estará el problema de que en momentos en que caigan los precios de los productos exportables, los países de la región apelarán al recurso clásico de devaluar para ganar competitividad pero Argentina no podrá hacerlo, con lo cual perdería ingresos. Es de hecho, un argumento compartido por buena parte de los economistas ortodoxos.