En lo que va del año, la selva amazónica registró cifras alarmantes de incendios, alcanzando nada menos que los 136.512 focos de fuego, lo que representa un preocupante aumento del 43,7 % respecto a 2023,y coloca a 2024 como uno de los peores años en términos de incendios desde el récord histórico del año 2007, cuando se registraron 186.000 incendios, según informaron desde el Programa Queimadas del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), a través de un comunicado de prensa.
Por su parte, desde el Servicio de Monitoreo Atmosférico de Copernicus (CAMS) informaron que solo durante el pasado mes de noviembre, los incendios en la Amazonía superaron en un 46,2 % el promedio de los últimos 5 años, con 14.158 focos ignífugos detectados, en tanto que las partículas finas (PM2,5) generadas por los incendios alcanzaron niveles altamente peligrosos para la salud en diversas zonas de América del Sur, superando los 150 días por encima del umbral seguro en áreas de Brasil y de Bolivia,
Amazonia: el fuego arrasa con todo a su paso
En tanto que desde el Laboratorio de Aplicaciones Ambientales de Satélites (LASA) afirmaron que la sequía extrema en la región, impulsada por un intenso fenómeno de El Niño, el cambio climático y la deforestación, fue un factor clave en la propagación de los incendios.
«Durante lo que va de 2024, el fuego ya consumió 13.000.000 de hectáreas de bosque nativo en la Amazonía, una superficie comparable al tamaño de Inglaterra«, señalaron los especialistas. «La interacción entre el cambio climático y la deforestación agrava las sequías, olas de calor y lluvias irregulares en el bioma, creando condiciones propicias para el uso ilegal del fuego. Ejemplo de ello fue Santarém, en Pará, que quedó cubierta por humo denso con niveles de contaminación 30,8 veces superiores al límite recomendado por la OMS, afectando gravemente a la salud de los habitantes», agregaron.
Por último, los expertos de las tres instituciones mencionadas coincidieron en que la deforestación y los incendios no solo afectan la biodiversidad, sino que, fundamentalmente, alteran el régimen de precipitaciones y contribuyen a la crisis climática global. «Combatir estas prácticas ilegales requiere un esfuerzo conjunto para reducir tanto la deforestación como el uso criminal del fuego, protegiendo a la Amazonía y a las comunidades que dependen de ella«, concluyeron.