domingo, 9 febrero, 2025

Discursos de odio y gatillo fácil: una agenda reaccionaria que se enfrenta en las calles

Todo ocurrió el jueves. En La Quiaca, Jujuy, la Gendarmería que dirige Patricia Bullrich asesinó a Rodrigo Torres. Hijo la comunidad colla, tenía 22 años, trabajaba y estudiaba. Horas antes, 2.000 kilómetros al sudeste, la Policía Bonaerense de Axel Kicillof había fusilado a Matías Paredes: albañil, padre e hincha de Alvarado. Era apenas mayor: 26 años. Distintos territorios, las mismas balas asesinas del Estado; la misma muerte en manos de fuerzas represivas que -respaldadas por todos los gobiernos- ejercen un sistemático terror sobre la juventud laburante.

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Custodia de un plan económico salvaje, Bullrich empuja ese empoderamiento. Hace semanas, Gendarmería asesinó en Salta a Fernando Gómez, trabajador bagayero; tenía 27 años y tres hijos. Impunes, la ministra y el gobernador peronista Gustavo Sáenz se atrevieron a asociar al joven asesinado con el mundo de “los narcos”.

Ahora, en complicidad con gobiernos provinciales y locales, Bullrich avanza en el sur del país: criminaliza a quienes combaten el fuego en El Bolsón. Contando aval de un poder judicial siempre cercano a grandes terratenientes, busca chivos expiatorios que tapen su obscena inoperancia frente a los atroces incendios.

Su prepotencia, no obstante, encuentra límites. Se vio el sábado 1° de febrero: ese día, la multitud que tomó las calles del país demolió el protocolo represivo creado por la ministra.

Estallando desde el Congreso

El mismo jueves “la casta política” ofreció su propio espectáculo. La Cámara de Diputados dio media sanción a la suspensión de las PASO. Festejó Javier Milei, que tendrá un camino más despejado para avanzar en su fuerza parlamentaria.

Durante la sesión, el Frente de Izquierda volvió a actuar como oposición consecuente, rechazando las maniobras antidemocráticas de Milei. Denunciando, también, a quienes ofician de perritos falderos del oficialismo aun cuando se presenten confrontativos en medios y redes sociales.

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La autodenominada “oposición” volvió a aportar su camionada de arena a la gestión de La Libertad Avanza. Macristas y radicales, aun con discursos diversos, hicieron lo suyo. Portan pelucas hace tiempo. La nota estridente la dio el peronismo: fue el ruido estrepitoso de un quiebre. Unión por la Patria votó partida en tres: quienes avalaron el pedido de Javier Milei; quienes esquivaron la confrontación con el oficialismo, eligiendo la abstención; y quienes -aun por motivos diversos- votaron en contra. No faltaron las ausencias; algunas significativas desde el punto de vista de la interna peronista.

¿Se repetirá la escena en el Senado? Todo indicaría que sí. Moralmente derrotado, el peronismo asiste a una crisis de magnitud histórica, golpeado por el fracaso de su último gobierno. Reivindicando la estrategia de regular estatalmente al capitalismo, la gestión de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa fue el vehículo del ajuste ordenado por el FMI. Para millones, peronismo es hoy sinónimo de inflación, pobreza y precariedad del empleo. Sobre esa subjetividad golpeó el discurso liberal salvaje de Milei y cía.

Lejos de aquella analogía banal con los gatos, las peleas del peronismo no equivalen a su reproducción. Implican, más bien, una creciente fragmentación. Cada fracción trabaja en función de sus propios intereses, sean estos territoriales o gremiales. Siempre, de todos modos, parece haber una caja de por medio.

Navegando esa desorientación, Cristina Kirchner elige X (Twitter) como terreno de impotentes descargas contra las ataques de la ultraderecha. Axel Kicillof, por su parte, camina donde lo empuja la gran corporación mediática: la agenda de la llamada “inseguridad”. Hace días puso al frente de la Policía de Mar del Plata a Edgardo Vulcano, removido en Miramar tras otro asesinato protagonizado por la Bonaerense en 2021: el de Luciano Olivera, de solo 16 años. Horas más tarde, policías de civil fusilaban a Matías Paredes.

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¿La CGT? Sí, la CGT sigue de vacaciones.

La radicalización de la “batalla cultural” o cómo no hablar de economía

El Gobierno produce noticias 24/7: abandono de la OMS; eventual salida del Club de París; nuevos rabiosos ataques a la Comunidad LGTBIQ+. Sobreproduciendo relatos, evita cautelosamente la arena económica. Allí las tensiones se despliegan, cuestionando el exitismo oficialista.

La recesión dice presente en cada dato que ilustra el crecimiento de los despidos o una caída en los niveles de consumo. La baja de retenciones y las negociaciones con el FMI escenifican las tensiones cambiarias del “modelo”. El Fondo, más allá de los comunicados cordiales, exige un acuerdo que el Gobierno no parece aún dispuesto o capacitado para cumplir. El cepo cambiario, ese mal que Milei denosta desde siempre, extiende su sombra hacia 2026. Palabra maldita, la «devaluación» es negada a cada momento. Buscando compensar, el presidente presenta un mundo que le sonríe. La realidad es más prosaica: la guerra comercial en ascenso difícilmente ayude a la gestión mileísta. Ese viernes, simbolizando esas contradicciones, las acciones de las empresas argentinas en Wall Street cayeron un 8%.

Los reaccionarios discursos oficiales no son inocuos. Lo recordó este jueves Nicolás del Caño: amparadas en la Ley Bases y en los ataques a “los zurdos”, las patronales despiden de manera discriminatoria a referentes del sindicalismo combativo y antiburocrático. Contra esas cesantías se lucha en empresas como Linde Praxair, Shell y Pilkington.

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En la semana que pasó, Milei reincidió en el aberrante vínculo entre homosexualidad, ideología de género y “pedofilia”. Ese discurso de odio abre la puerta a agresiones físicas, como la que sufrió una pareja de lesbianas el martes pasado, en CABA.

Una estrategia para desplegar la fuerza de las calles

El 1F mostró el germen de una resistencia capaz de enfrentar el conjunto del proyecto mileísta. Imagen invertida a la que ofrece el Congreso, la multitudinaria manifestación mostró una fuerza desafiante y confrontativa. Una energía de lucha de cientos de miles, que son muchos y muchas más en todo el país.

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El peronismo, en sus distintas alas, no apuesta a desarrollar esa masiva potencia de lucha. Sus dirigentes buscan convertir esa enorme energía callejera en un puente hacia las elecciones de 2027. Repiten, por enésima vez, que «hay que votar bien» y “no votar traidores”. La pregunta se hace necesaria: los 25 diputados y diputadas que votaron la suspensión de las PASO a pedido de Milei, ¿eran “traidores” cuando iban en las listas junto a Alberto Fernández, Cristina Kirchner o Massa? ¿Y quienes votaron la Ley Bases o avalaron el veto a la suba en jubilaciones? El peronismo se muerde la cola: su propia estrategia fabrica «los traidores». Esa orientación, como dijimos hace unos días, prepara una nueva decepción, aun mayor a la que ya significó el Frente de Todos.

Las calles pueden ser el territorio de una resistencia política y social dispuesta a enfrentar a Milei ahora. De una resistencia que concentre y unifique la fuerza social de la clase trabajadora, del movimiento de mujeres, de la Comunidad LGTBIQ+, de la juventud, de los jubilados y jubiladas, y de otros sectores en lucha. Ahí radica la potencia para enfrentar los discursos de odio, las políticas de discriminación y el ajuste económico. Allí también está la potencialidad para confrontar las políticas represivas y “manoduristas” que alientan el gatillo fácil.

Ese rumbo implica apostar a desarrollar la autoorganización desde abajo; a impulsar la coordinación efectiva entre distintos sectores en lucha; a organizar a los sectores combativos en cada lugar de trabajo, de estudio y en cada barriada. Hacia adelante, en las semanas por venir, tenemos el enorme desafío de volver a ser una multitud. El 8 de Marzo y el 24 de Marzo hay que volver a hacer temblar las calles del país.

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