Ni aún en los momentos de logros indiscutibles hay paz en los espíritus y en las mentes de los que constituyen el Triángulo de Hierro instalado en la cúpula del poder. Por si algún distraído no lo supiera, estamos hablando de Javier Milei, de su hermana Karina y de Santiago Caputo. No importa cuál sea el hecho y la circunstancia, todo es bienvenido para generar disputas tanto con los adversarios como así también entre los mismos integrantes del oficialismo.
Dominado por la euforia causada por la decisión del Fondo Monetario Internacional de concretar el préstamo de 20 mil millones de dólares que le permitió al Gobierno dar comienzo al proceso de progresivo levantamiento del cepo, y por una incontenible verborragia, el Presidente se dedicó en sus apariciones mediáticas del lunes pasado –una entrevista con Luis Majul y otra muy extensa con Alejandro Fantino– a descalificar y a agredir a políticos, economistas y algunos de los periodistas que osaron discrepar y/o criticar aspectos de la gestión. Esto –que ya no sorprende– se ha transformado lamentablemente en parte de un folklore que deja al descubierto –una vez más– un aspecto patológico de su personalidad que, con sus expresiones agresivas y sus reacciones de furia, exhibe rasgos que bien podrían ser compatibles con algunas de las manifestaciones de conductas que corresponden a lo que se conoce como trastorno explosivo intermitente.
El presidente se dedicó esta semana a agredir periodistas y economistas, sus blancos predilectos
Esto no les gusta a los autoritarios
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Las consecuencias políticas negativas de esta conducta disruptiva ya tuvieron una primera evidencia en la elección a constituyentes del último domingo en la provincia de Santa Fe. Hubo no sólo una ausencia absoluta de voluntad para acordar con el gobernador Maximiliano Pullaro y con el PRO, sino también entre Karina Milei y Santiago Caputo para consensuar candidaturas. Conclusión: el Gobierno, que pudo haber sido parte de una coalición victoriosa, debió morder el polvo de la derrota. De cara al futuro, lo mismo podría estar ocurriendo en la Ciudad de Buenos Aires, en donde la falta de acuerdos entre La Libertad Avanza y el PRO le está abriendo el camino a una posible victoria al candidato del kirchnerismo, el radical K Leandro Santoro. Algo impensado hace no mucho tiempo atrás. Lo mismo sucederá en la provincia de Buenos Aires, si no se alcanzan los acuerdos entre el oficialismo y el PRO. Por si alguien no lo recuerda, eso ya pasó en 2023 cuando Néstor Grindetti y Carolina Píparo se negaron a unir fuerzas en pos de obtener una victoria que era segura, regalándole así la elección a Axel Kicillof. No aprenden.
Lo increíble de todo esto es que Milei no se dé cuenta de lo ilógico que es conducir a sus candidatos a una derrota y de lo nocivo que eso sería para el futuro de su gobierno. En efecto, un fracaso electoral en la Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires a manos del kirchnerismo afectaría severamente la fortaleza política del oficialismo. Le impediría, además, sumar legisladores en ambas Cámaras del Congreso, algo que necesita imperiosamente para revertir su situación de extrema debilidad que, de prolongarse, lo alejaría de cualquier posibilidad de obtener las leyes que necesita para continuar con las medidas que precisa implementar a fin de seguir adelante con su programa de gobierno. “Todos los logros obtenidos hasta aquí, han sido bajo esta misma mecánica de manejo del poder. Mal no nos ha ido” –retrucó una alta fuente de La Libertad Avanza. Lo que no debería olvidar el oficialismo es que, con o sin acuerdos rubricados de manera formal, el PRO de Mauricio Macri los apuntaló en distintas oportunidades. La paciencia tiene un límite y nadie puede prever si la oposición dialoguista seguirá acompañando de la misma manera. Por las dudas, los libertarios mantienen en alto su plan de seducción para pintar de violeta a todo el que se le cruce.
El PRO de Mauricio Macri apuntaló el déficit político libertario: la paciencia tiene un límite
A pesar de sus conductas dañinas para la construcción política, el Gobierno es pragmático. La primera semana de apertura del cepo cambiario trajo los resultados que el Presidente y su equipo económico esperaban. El régimen cambiario anunciado con una flotación entre bandas de mil pesos y $ 1.400 no ha tenido sobresaltos. El lunes, primera prueba sin cepo para los ahorristas, el dólar oficial subió 12% y cerró en $ 1.230. El martes se mantuvo alrededor de ese valor para luego cerrar el miércoles a la baja a $ 1.160. Es decir, bastante más cerca de la banda inferior. Los supermercadistas –grandes cadenas, mayoristas, pero también pequeños almacenes– hicieron sonar las alarmas al recibir listas de precios que contenían aumentos desmedidos, incluso antes de que hubieran trascendido los valores reales de la divisa norteamericana. Avisaron que no estaban dispuestos a convalidar las subas de precios impulsadas por las empresas alimenticias. Discretamente, desde la Secretaría de Comercio habían operado para lograr la ayuda de los hombres vinculados al retail. Incluso el propio Luis Caputo salió a celebrar la medida en la red social X. Las empresas apuntadas fueron Molinos y Unilever. La presión surtió efecto y volvieron sobre sus pasos. El Gobierno se plantó e hizo valer su poder de control con éxito. El Presidente y sus funcionarios deberían darse cuenta que la intervención del Estado de forma adecuada y sin abuso de poder no es algo de lo que deban arrepentirse. Una cosa es el Estado bobo, cuna de militantes y fuente de corrupción de los tiempos del kirchnerismo. Inaceptable; otra muy distinta es condenar al Estado de antemano haciéndolo responsable de todos los males del país.
El equipo económico ha dado una muestra de carácter. Ahora, es necesario que el Triángulo de Hierro pueda calibrar sus arranques de furia y de euforia para reaccionar en su justa medida a los desafíos que demanda el ejercicio del poder.