WASHINGTON.- Aquella noche de julio de 1953 el presidente norteamericano Dwight D. “Ike” Eisenhower no se podía dormir: esperaba que le confirmaran si el acuerdo de armisticio había puesto fin a la Guerra de Corea. Según sus asesores, se quedó despierto hasta altas horas de la noche “hablando prácticamente sin parar” sobre los horrores de la batalla, y de cómo una vez un general soviético lo había dejado pasmado cuando le contó que despejaba los campos minados haciendo marchar sobre ellos a sus propias tropas.
¿Qué estará pensando hoy el presidente Donald Trump en vísperas de su cumbre de mañana viernes en Alaska con el presidente ruso, Vladimir Putin? Tal vez se tome una Coca-Cola Light y descanse bien. No caben dudas de que la Casa Blanca le viene bajando el precio a la reunión para moderar las expectativas de algún avance: Trump la calificó de “reunión de tanteo” y su secretario de prensa dijo que sería simplemente un “ejercicio de escucha”. Pero supongo que Trump no será tan maleable ni pasivo como sugieren algunos comentarios previos a la cumbre. Lleva más de un año hablando de su ferviente anhelo de poner fin a lo que considera “una masacre”, y está cada vez más frustrado con las dilaciones y rodeos de Putin, que sigue ignorando su reclamo para que haga concesiones. Además, al menos para Trump, en este tiempo se ha dado la vuelta la tortilla: comparado con su última reunión con Putin, en 2019, hoy él es mucho más fuerte y Putin mucho más débil.
“No será un ejercicio de escucha, sino de diálogo”, anticipa un funcionario al tanto del tema, tras la llamada de Trump del miércoles con líderes europeos para delinear los planes para la cumbre. El funcionario señala que “Trump le va a explicar a Putin cuál es el acuerdo y qué tiene que hacer: territorio por paz. En lo referido al territorio, ¿cuánto y en qué condiciones? En cuanto a la paz, ¿cuán duradera será y cómo se protegerá su sostenimiento?”.
¿Y si Putin se niega a aceptar el marco de paz de Trump? Eso pondrá a prueba la capacidad de Trump para actuar con paciencia y determinación. Desde la Casa Blanca dicen que Trump está listo para imponer las sanciones con las que viene amenazando desde hace meses. Si se resiste, “será una humillación para Putin”, argumenta el funcionario. El Senado ya ha redactado un proyecto de ley de severas sanciones que cuenta con un amplio apoyo bipartidario. Trump tendrá que cumplir y castigar a Moscú, algo que hasta ahora ha evitado a hacer.
Si Putin es astuto, más pateará una vez la pelota para adelante: no dirá que no pero tampoco que sí, aceptará algunos términos y otros no, y hasta que quede firme un alto el fuego seguirá atacando las líneas del frente de Ucrania, cada vez más debilitadas.
En una negociación de paz, los detalles son todo, pero el enfoque de Trump es de brocha gorda. Sin embargo, su fórmula básica de “territorio a cambio de paz” es sensata, y a pesar de la insistencia del presidente Volodimir Zelensky en que Ucrania nunca cederá territorio, “todo el mundo sabe que el cambio de territorio por paz es una realidad”, apunta el funcionario.
Y esa es sin duda mi impresión tras hablar con varios dirigentes ucranianos. Zelensky quiere primero un alto el fuego, pero justamente el alto el fuego podría ser el punto de llegada de este proceso. “Empezarán hablando del resultado final y luego, cuando se alcance el acuerdo, acordarán el alto el fuego”, predice el funcionario informado. “El presidente es un hombre de ‘a todo o nada’ que ya perdió completamente la paciencia con este asunto”.
Para Ucrania y otros países europeos, la cuestión crucial son las garantías de seguridad que se derivarían de un eventual acuerdo de paz. Europa suministrará las armas y el entrenamiento que necesita el ejército ucraniano, pero varios funcionarios europeos esperan que Estados Unidos “se meta un poco en el juego”, por ejemplo, con vigilancia satelital para monitorear cualquier transgresión rusa.
Los comentaristas vienen estableciendo una analogía histórica de esta reunión en Alaska con la reunión en Anchorage, y quienes temen que Ucrania traicione a Trump la comparan con la cumbre de Múnich de 1938, donde el primer ministro británico Neville Chamberlain le permitió a Adolf Hitler absorber la región checoslovaca de los Sudetes. Otros han advertido sobre una nueva división de Europa al estilo de la Conferencia de Yalta. Todos esos peligros sin duda están presentes. Pero un paralelismo más interesante es el exitoso esfuerzo de Eisenhower por poner fin al conflicto en Corea, que presenta algunas similitudes notables: una guerra estancada, un aliado recalcitrante, una superpotencia enemiga amenazante, y el riesgo de una conflagración nuclear…
“Ike” aborrecía esa guerra, la consideraba “una tragedia”, y prometió que iría a Corea para ponerle fin. Viajó poco después de su victoria electoral de 1952 para presionar por un armisticio. El presidente surcoreano Syngman Rhee quería seguir combatiendo, pero Ike amenazó con cortarle el suministro de combustible a su ejército y hasta estaba dispuesto a arrestar a Rhee si se negaba a una tregua.
Esa es la lección para Trump: Eisenhower no solo presionó a su desafiante aliado —tal como Trump lo hizo con Zelensky—, sino que también exprimió a la otra parte. Les advirtió a Corea del Norte y a sus aliados soviéticos y chinos que si no ponían fin a la guerra, Estados Unidos estaba dispuesto a usar armas nucleares. Y según explica Graham Allison, profesor de la Universidad de Harvard, para garantizar la paz después del armisticio Eisenhower elaboró un tratado de defensa mutua para Corea del Sur. Hoy, Corea del Sur es un milagro económico.
Ucrania necesita ya una solución para esta guerra. Después de más de tres años de brutal agresión, “su gente tiene agotamiento bélico”, dice Kevin Ryan, general de brigada retirado del Ejército norteamericano y actual profesor en la Escuela de Economía de Kiev. Las líneas del frente ucranianas están tan mermadas que un alto general retirado estima que en algunos lugares claves Ucrania tiene apenas una décima parte de la gente que necesita. Una encuesta de Gallup publicada este mes reveló que el porcentaje de ucranianos que quieren seguir luchando hasta la victoria cayó del 73% en 2022 al 24% actual, y durante ese mismo periodo la proporción de quienes están a favor de una solución negociada creció del 22% al 69%.
“La intención de Putin es proponer un fin de la guerra”, apunta Tatiana Stanovaya, analista experta en temas del Kremlin del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. “Entiendo que Putin está dispuesto a intercambiar territorio”, agrega Stanovaya, congelando tal como están las líneas del frente en Zaporiyia y Kherson, y retirándose de las zonas cercanas a Kharkov y Dnipró si Ucrania cede Donetsk y Lugansk.
Sin embargo, en una publicación en redes sociales Stanovaya advierte que Putin aún no está dispuesto a ceder su “demanda fundamental”: que Ucrania no se afilie a la OTAN y que se impongan límites a su Ejército. Contra esa barrera es que esta diplomacia se estrellará: la cuestión de la soberanía de Ucrania como nación. En cualquier otro caso Trump jamás citaría al general Mark A. Milley, que como jefe del Estado Mayor Conjunto lo criticó duramente. Pero quizá esta vez le convenga inaugurar la cumbre con aquel comentario de Milley de noviembre de 2022: “Debe haber un reconocimiento mutuo de que la victoria militar no es alcanzable por la vía militar, y que por lo tanto es necesario recurrir a otros medios”.
Trump tiene razón: es hora de poner fin a esta guerra. Ambas partes han sufrido pérdidas impactantes. Al entrar en la sala de reuniones con Putin, Trump debería recordarse a sí mismo que un mal acuerdo —uno que neutralice a Ucrania— no funcionará. Como en toda guerra, los únicos acuerdos de paz que perduran son los acuerdos justos.
Traducción de Jaime Arrambide